En el atardecer de este domingo,
cuando el sol se despide hasta mañana
y la luz vuela impúdica y profana,
al silencio, entre sombras, lo
distingo.
.
Se vuelve seductor, señoritingo;
de consistencia etérea y mundana,
se ofrece a conducirme hasta el
nirvana
provocándome, eufórico, un respingo.
.
Envuelta por el cálido ayudante,
los tercetos emanan con soltura,
y el primero florece fulminante.
.
Con el segundo siento la locura
de enardecer el fuego del instante,
y lo dejo enredarse en su aventura.
.
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